jueves, 15 de diciembre de 2011

Te echo infinitamente de menos.

No soy de las que necesita ver a un amigo cada día para saber que está ahí, que puedo contar con él y que él puede contar conmigo. No soy posesiva, cuando me apetece estar con alguien, lo digo y punto. O no hay punto, sino que es una coma en la que lo digo y se me dice "De acuerdo". Pero esta vez no. Esta vez no ha habido un "De acuerdo", sino un "No va a haber cañas, Sofi" y un punto. Un punto y aparte, y no sé cómo comenzar la siguiente línea.

Me jacto de ser una de las personas que más te conocen, porque tú has querido que sea así. Como todo lo importante en mi vida, yo no hice nada, sucedió y punto. Un punto y coma, si lo prefieres.

No me duele que no me dejes entrar ahora en tu vida. Cada uno tiene sus espacios y sus tiempos. Me duele no poderte ayudar, porque no quieres que nadie te ayude. Seguramente, yo tampoco tenga la capacidad de ayudarte, solo esa capacidad de estar, a veces en silencio, a veces solo con una sonrisa o con unas cañas. Y, sí, ¿qué pasa? 

Te echo de menos. Te echo muchísimo de menos. Te echo aún más de menos sabiendo que paso por en frente de tu casa todos los días y que no voy a ir a tocarte el timbre. Con verte una tarde, discutir contigo y marcharme con la sensación de que te odio es suficiente para mí.

No es que no pueda vivir sin ti. Puedo vivir sin cualquier persona de este mundo. 

Pero, a día de hoy, no me da la real gana.

Maldito chiquitín.

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