lunes, 7 de marzo de 2011

Tres años.

La importancia del número Tres. 

Fuiste tú el que me dijo una vez que con quien entras a Santiago será tu amigo para siempre. Me converti en almohada, decías que mi hombro era comodísimo. Me regalaste ensaimadas, por eso me llamas así, y un bote de nocilla, que yo acepté como lo que el camino me daba. Hice la llegada a Monte de Gozo contigo. ¿Vas bien? No podía ni con mi alma, qué coñazo de etapa, Dios mío, ¡y tuve que hacerla contigo!

Gracias a ti aprendi el valor de la sinceridad por cada vez que me dijiste Dame tu número para poder llamarte cuando vuelva a Madrid. Me mandaste un CD de La Oreja de Van Gogh por Navidad, me regalaste una tarta cuando me llamó Irene para gastarme una "broma" diciéndome que habías tenido un accidente, a día de hoy sigo sin perdonároslo porque fuisteis unos censurados de mierda, pero con el tiempo solo me acuerdo de la tarta, o de aquella vez en mi cumpleaños que me llamaste cinco veces para felicitarme. La mejor de todas las sorpresas que me has dado fue cuando te encontré en Madrid. Mira que es una ciudad grande y que pasé poco tiempo en ella... y ese tirón de la mochila y ese abrazo solo podía venir de ti.

Cuando lo dejaste con Irene aquello parecía una despedida, porque en el fondo no me creías cuando decía que no me importaba lo que pasara con ella, que eras mi amigo y lo demás daba igual.  Nunca serás ese nombre que empieza por J. Qué feo, tío, no, ni de palo. Ni en casa, ¡ni siquiera la abuela te llama así!

Tenías dieciocho años cuando te conocí. Yo dieciséis, me faltaba un mes para los diecisiete. Capullo. Mañana haces veintiuno.

Mañana cuento cómo te conocí. ¿Sabes qué, ojos azules? Sí, lo sabes porque ya te lo he contado, pero te lo vuelvo a decir. Me caiste mal.

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