El típico pueblo de Burgos con menos de quinientos habitantes. Ese sitio en el que todo el mundo debería perderse alguna vez y al que te deben raptar - como hicieron conmigo - al menos una. Solo hay una tienda y la tendera te cobra mal, lo que hace que al volver a decírselo, te conviertas en el cotilleo del pueblo. Solo hay velas para misa y la gente te regala sacos de leña gracias a la divina providencia. El fuego prende finalmente sin pastillas de encendido y te calienta. Duermes en el suelo y las ventanas del refugio no tienen cristales. Te acuestas lloviendo y amaneces nevando. Miras al cielo y no ves neón, sino estrellas. Un pueblo donde te tiras por la carretera nevada con un plástico. Donde los niños cogen nieve del coche y las madres les riñen por ello, pero tú sonríes y dices que no pasa nada - y te vuelves a convertir en el cotilleo del pueblo. Los días duran veinticinco horas. Los frosties no se acaban nunca.
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