Esta mañana cuando llegaba en autobús a la uni veía caer los copos a través del cristal y me acordaba de que en el último puente también vi nevar. Nieve de octubre, aún más sorprendente que la nieve de noviembre. Los que sí se sorprendieron fueron los niños cuando nos vieron aparecer con el coche lleno de nieve de octubre. Hicieron lo previsible. Dejaron sus juegos y se quedaron mirando aquella cosa blanca y blandita que en esos pueblos perdidos de la mano de Dios ven mucho más que yo en Bilbao. Quizá se miraran unos a otros, no llegué a darme cuenta de tanto. Se acercaron hacia nosotros. Intercambio de miradas. Qué salaos que eran, madre mía. Una de sus madres les echó la bronca. Les dijo que no nos molestasen. No molestéis a los chicos.
Me molestan muchas cosas en esta vida, que me bufen, levantarme a las seis y seis minutos, quedarme sin un buen plan, las patatas a la riojana, las obras del metro un sábado por la mañana, el maltrato contra las mujeres, que cierren el ChillidaLeku, que los días no tengan treinta horas, que en el campus de Leioa no haya una facultad de letras, que el latín vulgar sea tan así, que los formalistas rusos pensaran en el arte como artificio, que estén prohibidos los crucifijos en los colegios, que no me hayan convalido un cursillo que hice, que mi madre quiera poner piña en los canapés de Navidad, que haya niños que se queden sin padres demasiado pronto, que en Nochevieja siempre llueva, que en carnavales nunca me termino de disfrazar de duende, que me dejen de hablar, perder el metro por diecisiete segundos, que el autobús me deje dolor de espalda, que me pongan cara rara cuando digo que estudio filología hispánica, que me vaya a morir un día sin haber vivido en el año tres mil...
Me molestan muchas cosas en esta vida, pero que se acerquen los niños a nosotros para quitarnos la nieve del coche y jugar con ella. Eso no molesta. No puede molestar. No es que no deba, es que es imposible. Tal vez en un mundo paralelo pueda ocurrir, en el mío no. Teníamos que haberle dicho a la madre No molestan. Son un regalo. Con qué cara íbamos a decirles que no se tirasen nieve, si nosotros hacíamos lo mismo. Si la nieve no era nuestra, nos la habían dejado a la puerta de casa como si nos estuvieran diciendo ¡Sorpresa! Esto sí que no os lo esperábais, ¿eh?
¿Lo mejor de aquello?
Que los niños nos dijeron adiós con la manita cuando nos fuimos.
Eso sí que no tiene precio.
Qué desgraciada la gente que se pierde esos gestos, ¿verdad?
:)
Qué entrada tan increíble y TAN cierta.
ResponderEliminarElurra egiten ari du
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