Conocí a Mario a la vez que a JuanDa. No, miento, a Mario le conocí un poco antes. Minutos antes. Mario dormía en la habitación de al lado y no le había visto en mi vida. Me sorprendió cómo era, la fuerza con la que golpeaba su tambor, su amor por Ana. Ana y Mario han nacido para estar juntos.

Después me llevé la alegría de mi vida cuando vi que iba a Portugal. Fue un apoyo. Fue una de conversaciones geniales desde la primera noche. ¿Te acuerdas de la pedazo de cena? Yo nunca la he llamado Sofía. Ese abrazo que me levantó del suelo. Y otro fin de semana compartido hace poco.
Porque tú, Mario, has sido desde el primer día alguien especial, alguien que se merece que le admiren. Eres sencillez, humildad, siempre en segundo plano, siempre queriendo ayudar, siempre pidiendo por los demás, eres la sonrisa continua y, por encima de todas las cosas, no eres pequeño, sino muy muy muy grande.
Todos somos hermanos sí, pero unos siempre se sienten más adentro. Que yo sea de Bilbao y tú de Donosti, que nuestras madres no sean las mismas y tampoco nuestros padres, que te vea una vez cada mil días... Eso da igual. Eres mi hermano.
Me da la impresión de que esta entrada está de sobra a su altura. Es gigante :D
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