Hace poquito más de un año, me encontré con Mario.
Conocí a Mario a la vez que a JuanDa. No, miento, a Mario le conocí un poco antes. Minutos antes. Mario dormía en la habitación de al lado y no le había visto en mi vida. Me sorprendió cómo era, la fuerza con la que golpeaba su tambor, su amor por Ana. Ana y Mario han nacido para estar juntos.
Aquel fin de semana que le conocí, Mario ya cambió mi vida. Me dijo que cuando algo mal en tu vida, tienes que cogerlo por los cuernos y a tope con ello. Poco después, cenábamos en Elorrio bajo una tormenta de nieve impresionante. Yo fui al baño, él hablaba con Ana fuera. Y me dijo Eh. Está nevando. Fue entonces cuando me di cuenta de lo especial que era este chico.
Después me llevé la alegría de mi vida cuando vi que iba a Portugal. Fue un apoyo. Fue una de conversaciones geniales desde la primera noche. ¿Te acuerdas de la pedazo de cena? Yo nunca la he llamado Sofía. Ese abrazo que me levantó del suelo. Y otro fin de semana compartido hace poco.
Porque tú, Mario, has sido desde el primer día alguien especial, alguien que se merece que le admiren. Eres sencillez, humildad, siempre en segundo plano, siempre queriendo ayudar, siempre pidiendo por los demás, eres la sonrisa continua y, por encima de todas las cosas, no eres pequeño, sino muy muy muy grande.
Todos somos hermanos sí, pero unos siempre se sienten más adentro. Que yo sea de Bilbao y tú de Donosti, que nuestras madres no sean las mismas y tampoco nuestros padres, que te vea una vez cada mil días... Eso da igual. Eres mi hermano.
Me da la impresión de que esta entrada está de sobra a su altura. Es gigante :D
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